¿Por qué a ella? Fue lo primero que pensé cuando me enteré que mi
madre tenía cáncer y es que a 8.000 kilómetros de distancia, una noticia de éstas
te puede derrumbar en segundos, fue lo que me pasó y no paré de llorar
preguntándome una y mil veces, ¿por qué a ella? Si durante mis 37 años he visto
cada uno de sus gestos de amor desinteresado, no sólo hacía mí o a mi hermana,
sino hacia todas aquellas personas anónimas que necesitaron cariño, palabras de
ánimo, comida, juguetes o una bicicleta; como fue el caso de mi adorada
bicicleta que terminó en manos de un niño del campo que no tenía como venir al
pueblo a estudiar, y cómo mi madre pudo explicarle este gesto al corazón de una
niña de 8 años y cómo esa sencilla lección me enseñó tanto… y entonces ¨¿por qué
a ella que ha dado tanto? ¿por qué? si no se lo merece. Me tomó tiempo
entender que el cáncer no hace distinción de sexo, edad, país o clase
social.
Sólo hasta cuando la vi, con su pelo corto, su catéter bajo la
piel y su optimismo convertido en ganas de luchar, entendí por qué a ella. Y es
que sólo ella puede seguirme dando lecciones de vida. Su entereza y su amor por
vivir le han permitido dar la más grande de todas sus luchas, enfrentar el
cáncer de seno.
Mi madre siempre me enseñó que la vida es de los valientes, de los
que no se dan por vencidos y que yo tenía que ser fuerte para enfrentarme a
ella sin temor a caerme y volverme a levantar. Pero una cosa son las palabras y
otra los actos, y es ahí donde mi madre me ha demostrado su fuerza interna y
que es una guerrera en toda regla. Con
miedos, como los tenemos todos, pero con la determinación de enfrentarlos a
cada paso en este largo, duro y doloroso proceso que conlleva el cáncer.
Durante años hemos etiquetado a mi madre como “hipocondriaca”,
porque la salud siempre ha sido su talón de Aquiles y ahora mi madre, esa misma
que se derrumbaba por un dolor de cabeza, está luchando sin tregua contra el
dolor, el cansancio, las quimioterapias, las nauseas y todo, todo lo malo que
conlleva luchar contra el cáncer. Ahora solo podemos comernos nuestras
palabras, callar y aprender de la más grande de las luchadoras que hemos tenido
en nuestra familia y cada vez queda más
claro por qué a ella y es que sólo ella nos podía dar esta lección.
Su trabajo social ha tomado relevancia desde que se enteró de su cáncer, porque solo mi madre, con toda la valentía que tiene dentro y sin ningún recelo por su vanidad, tuvo el coraje de publicitar con su primera foto calva un evento de la Liga contra el cáncer capítulo Espinal, la cual lidera y es que según ella, era la mejor manera de recaudar dinero para otras personas que también se enfrentan a esta enfermedad pero con mucha menos suerte económica. He visto como su lucha diaria, a pesar del dolor, a pesar de su enfermedad y como su imparable deseo de trabajar, dan frutos y llenan eventos. He visto sonrisas de felicidad por pelucas nuevas o por una ayuda para un examen. Solo podemos callar y aprender, porque sólo ella, mi madre puede utilizar su lucha personal a favor de otros.
Y aunque mi madre diga: “No
es que yo sea una luchadora, es que no tengo opción”. Tengo que decir que se
equivoca, puesto que tiene la opción de no levantarse de la cama cuando está
tan decaída, tiene la opción de lamentarse y ver la vida en negro, tiene la
opción de quejarse, tiene la opción de dejar que otros hagan, pero ella, mi
gran guerrera ha tomado la opción de luchar, de vivir y de recibir cada día con
ánimo, de ir a las quimios feliz porque ella sabe que es lo que la cura, para seguir
dándonos amor infinito y desinteresado y de seguir sonriéndole a todos los
niños y niñas que la esperan en su colegio cada mañana.
No sólo siento admiración, sino un orgullo que me invade y que no
me permite rendirme, porque siento que estoy en deuda con mi madre por tantas y
tantas lecciones. Siento dentro de mi pecho el agradecimiento con la vida por
permitirme ser su hija y por habérmela dado a ella y no a otra.
Nuestra lucha contra el cáncer continua, cada vez con más claridad
y menos miedo pero con la seguridad de que lo venceremos, porque ella no está
sola, nos tiene a nosotros, a su familia y a todos aquellos que ha ayudado,
pero sobre todo se tiene a sí misma y a su incansable alma de luchadora.
Por Adriana Serrano Pava